CAPITULO I: ISABEL

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Año 2023, Plaza de Armas - Chachapoyas - Amazonas.


Cielo oscuro, a estas alturas ya no resulta extraño verlo de esa manera, la gente se ha acostumbrado a vivir en las sombras, incapaces de diferenciar el día de la noche, solo caminan, y a pesar de todo se adaptan a este estilo de vida; no fue fácil, al comienzo se hicieron muchas preguntas, muchos llantos, llantos de temor, de impotencia, después de todo, esto no era como quejarse ante sus gobernantes, no era como reclamar un aumento de sueldo, no se podía bloquear una carretera pidiendo la derogación de una ley, mas bien era un ruego lamentable, una súplica, era como un niño indefenso que llora y se sienta en una acera a rogar por una moneda, por un mendrugo de pan, por un poco de agua… hace ya 3 años, desde aquel 5 de setiembre que quedará grabado eternamente en el recuerdo.

Cerca de la pileta vacía que solía embellecer la vista de la plaza de armas, pero que hoy solo se muestra como una antigüedad vacía e inservible, camina Isabel, una dama, cuya sola presencia resultaba intimidante, alta, de cabello rubio, llevaba puesto un traje sastre muy fino, y zapatos de tacón que golpeaban suavemente el piso y llamaban la atención entre la multitud, se dirige hacia su hogar, feliz, y no era para menos, su hija acababa de llegar a la ciudad, hacia mucho que no la tenía cerca, la niña dormía aún cuando ella salió a trabajar, por lo que no pudo charlar con ella, sacó el celular de la cartera, marcó un numero y se lo puso junto al oído:

-Aló? Sí, ya estoy llegando a casa, espérame en el comedor hijita.-

A pesar del carácter duro que siempre aparentaba, Isabel sentía un gran amor por su hija, siempre tenía controlada a Sandra desde que se tuvo que separar de su esposo, la llamaba constantemente para saber de ella, temía que algo le pasara, y debido a la posición económica de la familia, la niña pudo crecer con todos los lujos y las comodidades que se merecía.

Guardó su celular en la cartera mientras doblaba una esquina, estaba emocionada por la llegada de la pequeña Sandra, de tal modo que se acercó a un vendedor ambulante y le compró una barra de chocolate, mientras pensaba en la sonrisa que esbozaría su rostro al recibirlo, caminó un par de cuadras más y se detuvo frente a una casa elegante con tres puertas, cada una con un hermoso balcón de madera sobre ellas, y sobre uno de los balcones se encontraba Sandra, tan radiante y tan bella como su madre siempre la recordaba, rápidamente bajó las escaleras y abrió la puerta de la casa,  extendió los brazos para recibir a la mujer a la que tanto extrañaba.

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