“…Yo nací en la cara
mala… Llevo la marca, del lado oscuro, y no me sonrojo si te digo que te quiero…”
Y así era, sin dudarlo ella era la más bella de las
estrellas que existía en el firmamento, con un alma noble, llena de humildad,
pues había sido bendecida con el don de la pureza, y en la forma en que el
destino marcaba las fichas en el tablero de ajedrez de la vida, el demonio
dudaba de su sentido de la objetividad, una vez más, como era su costumbre,
acudió a sus principales fuentes de consulta: Bohemios, críticos, pensadores,
filósofos, artistas y el resto de gente del mundo, a fin de que alguien le
dijera que todo lo que tenía pensado hacer estaba bien, necesitaba un ápice de
aceptación que respalde el delito más grande que se le puede imputar a una
persona: Enamorarse.
Se conocieron sin siquiera esperarlo, sin presentación de
por medio, sin acuse de recibo alguno, simplemente coincidieron en tiempo y
espacio, cruzaron las miradas y, para variar, él se fijó en ella. Cada uno con
su mundo, cada cual con sus propias costumbres,
su ideología, sus metas, dos idiomas en común y el mismo Dios
separándolos. El, como de costumbre, hizo caso omiso a las barreras; ella, sin
saber que el intento era inútil, trataba de colonizar un territorio que, un
tiempo atrás, había sido ya liberado de todo tipo de opresión evangélica.
Fue tal vez inevitable que la pureza del alma de un ángel
agrietara el corazón del demonio, después de todo, tal vez era eso lo que él
andaba buscando, tal vez no quería seguir siendo más un ser de vicios, tal vez
necesitaba un pretexto… o tal vez no. Lo cierto es que mientras intentaban
descifrar lo que ocurría (o lo que ocurriría), sus esencias se mezclaron
nuevamente, ella sentía curiosidad, y él sentía miedo… No era un miedo a
enamorarse, pues haciendo su egoísmo a un lado temió por ella, por el daño,
pues un corazón tan blanco no debía mancillarse así nada más…
¿Qué cruza por la mente de un demonio cuando se enamora?
¿Qué tormentas se desatan?
¿Cuánto tiempo puede disfrazarse una verdad?
Sus mente se tornó turbia, confusa, ¿Podría acaso Dios negarse
al amor?, pensó en la justicia, en su pasado, en su presente y diez veces más
en su futuro… ¿Podía acaso el amor del hombre ir más allá del amor a Dios?
Relativa la respuesta.
Sus ideas pierden consistencia, se perturba su juicio, y
dentro del caos de su existencia retumban las palabras por su habitación… Se
despeja un cielo y lo animan a jugar sus cartas otra vez, mira a su alrededor
buscando el origen de la voz, no está seguro si viene de sus entrañas, de su
corazón, del cielo o de la tierra…
No es ir más allá del amor a Dios, es, simplemente, vivir el
amor de los hombres.
El demonio despierta… Y no es más un demonio.
“Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!”
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!”
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